martes, 3 de mayo de 2011

Así, sin más.

Que sí. No, mejor no… Bueno, no sé. Quiero gritar. La indecisión me puede y, al final, nunca hago nada. Hoy entre la indecisión de saludarlo o no, no he quedado más que como una tonta… En fin, menos mal que mi sub-normalidad dejó de ser un secreto hace tiempo. Es que soy de lo que no hay. En cierto modo, sé que le gusta que me haga la dura, no sé, como siempre tiene a las chicas a su alrededor, parece que, cuanto más paso, más le gusto.

El domingo pasado, hace a penas 3 días, mientras pasaba la tarde entre risas con mis amigas, nos llamaron él y sus amigos. Después de insistir y de suplicar a mis amigas para que se negasen, decidieron invitarlos. No sé, les parecía graciosa la situación cuando veían que el pobre chico trataba de ligarme sin conseguir resultado. Y entiendo que mi carácter es difícil, sin duda alguna, soy difícil. Si me complico yo misma la vida, ¿a quién no se la complicaré? Así que nada, llegaron los chicos y la tarde de chicas cambió por completo, lógico. Cada una a su bola y, para colmo, Roberto no dejaba de acosarme. Sí, era realmente simpático y me hacía reír con facilidad, pero odiaba que fuese sobando a cada chica guapa y que, encima, me tratase como a ellas. Y bueno, lo reconozco, eran celos, porque si la que le gusto soy yo, ¿a qué viene que esté a cada momento riéndole las gracias a las niñitas que van a por él? En fin, sabía que no me convenía y, por eso, pasaba un poco del tema.

La tarde terminó y continuó la noche. Los chicos seguían con nosotras y, la verdad, lo estábamos pasando de miedo. A medida que pasaban las horas, con alcohol en vena, los chicos hacían gracias con las que no podíamos parar de reír. Roberto, supongo que cansado, me dejó un poco de lado. No bebió ni gota de alcohol y se sentó junto a sus amigos. De vez en cuando, cuando con mis amigas reía al unísono o hacía la loca, me miraba con atención, pero, como de costumbre, evitaba su mirada y, en definitiva, me hacía la loca. 

Al final, se me hizo tarde, como siempre, y tuve que salir corriendo de allí hacia casa. Mientras corría sin parar con mis cascos puestos a todo volumen, un estúpido en moto no dejaba de pitarme. Así que, sin más, paré, me quité los cascos y, a gritos, le dije de todo. Su respuesta fue más silenciosa, se quitó el casco que ocultaba por completo su cara y, con una leve sonrisa, entre nerviosismo y rigidez, me invitó a subir para llevarme  a casa. Era Roberto. Genial, encima, quedo como una histérica. Pero bueno, ¿qué esperaba? ¿Una sonrisa y mi número de teléfono? En fin, acepté y hablamos como podíamos durante el trayecto a casa. Cuando llegamos, casi salté de la moto y, decidida, le di un beso en la mejilla. Aún no puedo creerme cómo, cuando me despegué de él corriendo, cogió mi cara con sus manos y me plantó un beso en los morros que, sinceramente, me dejó sin palabras. Me quedé de piedra. No supe decir nada, ni siquiera me quité. Simplemente, yo también le besé.

En el fondo, no había que decir nada. Aquel momento lo dijo todo. Y, aunque me había tirado todo el curso cortándole el rollo, ese momento seguro que le hizo saber la verdad. Pero bueno, a lo hecho pecho y hoy…, hoy aún no he conseguido volver a mirarle a la cara. El domingo me fui sin más, no le dije nada y, a pesar de que me llamase al móvil más de 10 veces en menos de una hora, no quise hablar con él. Tenía miedo, es más, lo tengo. Y bueno, aunque todos me conocen por mi gran valentía, con esto no puedo yo solita. Creo que le necesito a mi lado, que venga por su propia cuenta y que se quede sin que se lo pida. Sí, eso es, que sin más venga a por mí y, sin cruzar una sola palabra, me coja de la cintura y me lleve, con él, al fin del mundo.

~Anabel Vaz. ~

2 comentarios:

  1. Oye, pues me ha gustado mucho :)
    Mentira,
    me ha encantado cómo escribes.

    Un saludo desde una mancha del lugar.

    Daniel.

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