lunes, 30 de mayo de 2011

Páginas de un diario roto.

Siempre he sido de las que aguantaba todo lo que pasara, pero ahora parece que reviento con nada. Ya no aguanto mirarlo de lejos y quedarme callada sin decir nada. Supongo que este verano me ha cambiado un poco la mentalidad (espero que para bien). Asique, si lo veo y me apetece decirle algo, se lo suelto sin más. Y si después de decírselo me apetece irme, me voy. Y si no, pues me quedo esperando una respuesta, cualquiera. Creo que incluso voy a cambiar este pequeño diario por otro, no sé, quizás más duro…, no sé ni siquiera lo que eso significa ni si es eso lo que quiero, pero si se me ha venido a la cabeza será por algo, ¿no? Sí, será una buena idea. De todos modos, este lo terminaré dejando alguna señal que deje constancia de esta nueva vida.

En fin, he de decir que esta no será mi última página del diario pues quiero que esa tenga un contenido especial. No sé de qué tipo, pero con contenido, algo diferente, con magia y locura. Ya sabré cuál será en el momento adecuado. Antes de verano, solía callarme las cosas, ir con la cabeza agacha y, en cierto modo, sin disfrutar de nada porque sólo me centraba en todo lo que me había hecho sufrir y, como consecuencia, hacía que ese sufrimiento siguiera en mí, hiriéndome poco a poco, viviendo. Sin embargo, no entiendo aún muy bien cómo sucedió, de la noche a la mañana, algo apareció de frente. Comencé haciendo todo lo que me apetecía en cada momento. Si quería correr durante horas, corría sin pausa y me perdía. Si quería salir sola y bañarme de madrugada en el mar oscuro, lo hacía. Si quería tirarme la noche observando las estrellas en luna nueva…, lo hacía.

Pero bueno, de mis historias favoritas y buscando entre el gran baúl de recuerdos que arrastro, destaca de este verano las locuras compartidas. Ella y yo. Locas sin sentido, fiesteras locas que solas se bastaban. Tardes de risas interminables, noches de bailes por las calles, cánticos al son del mar, estrellas y sol. Hablábamos con el mar, nos despedimos del sol una tarde danzando en el agua e, incluso, nos estancamos en una isla porque sí. Bueno, el “porque sí” mejor entre comillas, porque nos fuimos con unos desconocidos en sus canoas a la otra isla y allí nos dejaron tiradas… En fin, aunque no lo parezca, fue una sensación que volvería a repetir. Al igual que aquella noche en la que saludábamos a cada coche o moto conducida por algún chico joven que nos siguiera el rollo hasta que, para nuestra sorpresa, los chicos de un coche nos esperaron en el coche al final de la calle. Miedo, eso sentimos. En cuestión de segundos una ola de frio nos recorrió la espalda y, por acto reflejo, nos cogimos de la mano esperando a que no nos dijeran ni hicieran nada. Pero no sólo cometimos locuras de esas que, desde otro punto de vista, pueden parecer peligrosas. Nos encerrábamos casi diariamente en cualquier sitio con música a tope y bailábamos sin parar durante horas. Lo tomábamos como calentamiento para la noche. Sí, realmente, nuestra locura era sana y, en mi opinión, siempre vivió en nosotras. Sólo tuvo que salir.

Bueno, esto resume muy por encima lo que juntas formábamos y creábamos en cualquier ambiente. Íbamos sin miedo y con una sonrisa en la boca que, de vez en cuando, se enternecía si nos cruzábamos con alguien importante… Ya sabes a lo que me refiero. En fin, verano llega pronto porque mi nueva vida lleva poco tiempo viviendo y quiero seguir viviéndola como entonces, en su compañía. Sol, playa, llantos con risas, amigos, muchas playa y, sobre todo, muchas de nuestras locuras. Y con respecto a lo que queda por venir, seguiré actuando como durante este verano. Necesito una llama que arda y traiga un poco de eso que he vivido.
 
~ Anabel Vaz. ~

domingo, 22 de mayo de 2011

En sus ojos estaba todo.

Pocas veces se miraba al espejo así. Las lágrimas la hacía aún más fea a sus ojos, pero, aunque le doliese verse así, le daba algo de morbo mirarse. Era un poco masoquista. Pero bueno, sin ella saberlo, comenzó a darse cuenta de que también había algo bonito en ella. Las cicatrices que tenía en la cara le daban un aspecto que, sinceramente, daba miedo. Pero sus ojos…, sus ojos eran una de esas maravillas del mundo. El cielo podía verse en sus ojos secos de lágrimas y, cuando estaban húmedos, eran reflejo del mar. Podía traspasarte con ellos y hacerte sentir cada una de sus señales, podía, incluso, hacerte sentir en las nubes si te miraba con ojos alegres y, si la veías llorar, si veías cómo una de su lágrimas caía por una de sus mejillas cicatrizadas, entonces, te hacía sentir su dolor.

Ella era de esas personas que no daba gusto mirar a la cara porque, en cierto modo, desagradaba. Pero, sin embargo, si sólo te fijabas en sus ojos claros con pestañas enormes, te podías quedar horas observando sus pupilas. Sintiendo todo lo que te transmitía desde ellos. Daba gusto tropezar con sus ojos entre tantos ojos vacíos. Definitivamente, sus ojos enamoraban.
 ~Anabel Vaz. ~

jueves, 19 de mayo de 2011

Tengo.

Tengo mil recuerdos en mente.
Tengo mil canciones que cantarte
y una historia de la que hablarte.
Tengo mil defectos que me definen
y un poco de todo menos de lo que quieres.
Tengo, además, mil locuras por denlante
de esas que nunca apreciaste.
Sí, creo que soy de esas de las que nunca hablaste.
Sí, creo que soy eso en lo que nunca te fijaste.

 Y mírame ahora de lejos, de cerca, de frente o de lado, pero mírame como nunca antes lo hiciste porque quiero inculcarte todo eso que nunca has querido. Pienso contaminarte con todo lo que odiaste y me define.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Su, de él.


Creo que estoy un poco indecisa. Bueno, mentira, me hacen estar así. Odiaba su sonrisa, me parecía poco sincera y, sobre todo, nada natural. Sin embargo, adoraba la cara de pillo que tenía en cada momento. Por otra parte, odiaba como me hacía sentir de tonta cuando estaba a su lado y tenía que aguantar sus bromas pesadas. Sin embargo, adoraba cuando se ponía sentimental, quizás de una forma muy teatrera, me miraba con sus pequeños ojos, y me decía que no me mosqueara, que, en cierto modo, me quería. Y me lo creía, bueno, y me lo sigo creyendo porque tantos años de amistad no me sirven más que para seguir aguantándolo. También odiaba cómo miraba al resto del mundo, no sé, supongo que los celos me hacían ver lo que no era o, quizás, me hacían ver lo que no quería ver. En fin, ante esto, sólo podía adorar cómo me miraba de lejos en las clases y se reía levemente. De vez en cuando, hasta me enviaba alguna notita tonta llena de corazones y, esto, esto sí que lo odiaba. Lo odiaba porque algo me comía por dentro. Las ganas de arrancarle el amor que nunca quiso regalar, ni siquiera compartir, y que yo sabía bien el porqué.

Pero bueno, no sólo esto me llena de indecisión. Su actitud es algo que últimamente me puede. Es que, quizás la inmadurez le pueda, o, posiblemente, sea ese miedo que tiene a las tías. Pero me parece un tanto ilógico que desconfíe de mí, al fin y al cabo, me conoce bien, soy su amiga. Aunque claro, también puede ser esto lo que le eche atrás… No sé, hay mil cosas que me vienen a la cabeza y, sinceramente, no quiero creer en nada que no me diga él.

Ayer, como suelo hacer con normalidad, lo llamé y nos tiramos cerca de una hora hablando de todo menos de lo que realmente me importaba. Pero supongo que para eso están las “amigas”, ¿no? En fin, me muero por decirle ya algo para que le quede claro de forma que no pueda evadir nada. Ya sé que sabe que me gusta, pero estoy segura de que no sabe y, aún menos, se imagina cuánto.

Me está volviendo loca. Bueno, miento, loca ya estaba, simplemente, me está poniendo peor. Me molesta que me deje así, oliendo de cerca su veneno que me tienta y que, encima, no me deje probar. Soy realmente cabezota, lo que no puedo coger es siempre lo que quiero y si ya, que de por sí soy débil, hay algo tentador, que me gusta, y no puedo conseguir, entonces, ardo por dentro por conseguirlo. Definitivamente, esto es peor que beber de su veneno, quizás no, pero necesito un sorbito de él. Sí, eso es, quiero ser la única que le cambie el ánimo a bien, la que tenga en su cabeza a cada momento. Quiero ser la del nombre que se le escapa, la que le quite el sueño o la que, por el contrario, le haga soñar bonito. Sí, quiero ser esa que pueda robarle un trocito de sus labios acompañado de unos pequeños besos y un leve sabor a él.

~ Anabel Vaz. ~

lunes, 16 de mayo de 2011

Drugs.

Las caladas al cigarro cesaron hace años. Aquel suspiro que aliviaba cada tormento de mi vida, en realidad, no hacía más que ahogarme con su nicotina. Y se acababa. Odiaba cómo nunca conseguí dejar de quemarme el labio con el último suspiro de alquitrán. Todos decían que era torpe, pero, digan lo que digan, estaba claro que nadie me enseñó a no hacerlo, así que, tendría su truco.

El tabaco era otra forma de vida, no me apetecía nada olerlo, tampoco cómo me hacía sentir de llena por dentro, pero, aun así, le daba caladas al cigarro obsesionada con darle fin. Después, todos me decían que quedaba bien en mi mano y, en cierto modo, me halagaba esa gilipollez. Y seguía con la droga más deseosa y odiada, a la vez, pegada en mis dedos. Y, la verdad, me dio la picada de dejarlo cuando decidí cambiar de aires. Huí de todo lo conocido: cambié de ciudad, de amistades, cambié de sonrisa e, incluso, cambié mi precioso pelo largo por un corte de esos shorts y un tinte extravagante de los que mi madre nunca me dejaría usar. No sé, me dediqué a estudiar y a centrarme en mis cosas lejos de todas las drogas que pudiesen arrebatarme lo que había construido. De vez en cuando, salía por ahí con las chicas y bailábamos hasta el amanecer. Pero mi rutina cambió con él.

No recuerdo el nombre de aquel pub con luces de color azul y rosa en el que me crucé con él, pero era precioso. Era pequeño, colorido y tenía una música estupenda, pero, lo que más me gustaba de aquel sitio, era su terraza con vistas al mar. Acaba de terminar la selectividad y realmente estaba exhausta, pero decidí salir. Me merecía una noche de diversión después de la presión a la que me sometí semanas pasadas. Bailé, reí, conocí a gente y, en medio de la noche, cogí mi Coca-cola y corrí sin motivo alguno a mojar mis pies en el agua. Me pude tirar una hora allí, en la orilla con el vaivén de las olas acariciando mis pies mientras, tendida sobre la arena, miraba cada estrella tratando de ver las constelaciones que nunca conseguí ver.

Entonces, llegó él. Camisa blanca, pantalones piratas vaqueros  y zapatos náuticos. Un look ibicenco y veraniego de los de moda que, sinceramente, le iba genial con aquella barbita del día. Acababa de conocerlo, pero me regaló una de esas sonrisas que quitan el sueño y como si nada, nos tiramos la noche hablando. Él sabía de constelaciones y, por una vez, conseguí distinguir sus formas. La noche fue sobre ruedas, me inspiró confianza el chico y, hasta nos acompañó a mí y a mis amigas a casa. Los días siguientes seguimos quedando y me resultaba un tanto extraño que mis latidos aumentaran con su presencia. No sé, me sentía como cuando las caladas del cigarro llegaban al fondo de mi pecho. Creo que en ese momento supe que se convirtió en otra de esas drogas que me cegaban. Si estaba él, el resto del mundo no existía y, cuando no estaba, nada era igual.

Pasaron algunas semanas y Héctor, que así se llamaba el chico, cada vez me llamaba más. Nos sentíamos sobre las nubes cuando estábamos solos y sabíamos que nos hacía bien, así que, dejé que mi nueva droga me drogase día a día sin que lo supiese. Una noche, me invitó a tomar algo en el pub donde nos conocimos. Estuvimos allí durante horas entre risas, bailoteos y bromas. Cuando nos cansamos del ambiente, decidimos salir a tomar el aire fresco del mar. Esta vez, caminamos sin rumbo hasta que, de forma un tanto brusca, frenó el ritmo, agarró mi mano y me acercó a él. En ese momento, creí que me daría un infarto. Mis pulsaciones sonaban en mi cabeza, hasta sentía cómo subía la sangre con cada latido por mi cuello. Y, mientras yo me acosaba con preguntas y tratando de evitar mi adicción psíquica, me besó. Calló los gritos de mi mente y conseguí escuchar su silencio. En ese momento, mi boca, por sí sola, habló: “Me drogo contigo, sin ti, no es lo mismo.” Y, así, supongo que un tanto aturdido, se limitó a sonreírme y a seguir besándome. Fue el comienzo de lo que llegó a ser la consumición de algo a lo que todos suelen llamar “amor”.

~ Anabel Vaz. ~

lunes, 9 de mayo de 2011

En prosa o en verso.


Me superas con creces.
Saltas por encima de mí con un simple soplido.
Sin embargo, me quedaré ahí, quieta.
Si parpadeas, prometo no huír en cuestión de segundos.
A cambio, quiero una pequeña carcajada,
un leve beso lejano, una mirada callada
y un susurro de los que no dicen nada.
Parece poca cosa, pero, con eso, poco a poco,
irás siendo alba.
Alba, aurora de mi ser, que no quiere más que una pequeña parte
de lo que es mi alma.




~ Anabel Vaz. ~

martes, 3 de mayo de 2011

Así, sin más.

Que sí. No, mejor no… Bueno, no sé. Quiero gritar. La indecisión me puede y, al final, nunca hago nada. Hoy entre la indecisión de saludarlo o no, no he quedado más que como una tonta… En fin, menos mal que mi sub-normalidad dejó de ser un secreto hace tiempo. Es que soy de lo que no hay. En cierto modo, sé que le gusta que me haga la dura, no sé, como siempre tiene a las chicas a su alrededor, parece que, cuanto más paso, más le gusto.

El domingo pasado, hace a penas 3 días, mientras pasaba la tarde entre risas con mis amigas, nos llamaron él y sus amigos. Después de insistir y de suplicar a mis amigas para que se negasen, decidieron invitarlos. No sé, les parecía graciosa la situación cuando veían que el pobre chico trataba de ligarme sin conseguir resultado. Y entiendo que mi carácter es difícil, sin duda alguna, soy difícil. Si me complico yo misma la vida, ¿a quién no se la complicaré? Así que nada, llegaron los chicos y la tarde de chicas cambió por completo, lógico. Cada una a su bola y, para colmo, Roberto no dejaba de acosarme. Sí, era realmente simpático y me hacía reír con facilidad, pero odiaba que fuese sobando a cada chica guapa y que, encima, me tratase como a ellas. Y bueno, lo reconozco, eran celos, porque si la que le gusto soy yo, ¿a qué viene que esté a cada momento riéndole las gracias a las niñitas que van a por él? En fin, sabía que no me convenía y, por eso, pasaba un poco del tema.

La tarde terminó y continuó la noche. Los chicos seguían con nosotras y, la verdad, lo estábamos pasando de miedo. A medida que pasaban las horas, con alcohol en vena, los chicos hacían gracias con las que no podíamos parar de reír. Roberto, supongo que cansado, me dejó un poco de lado. No bebió ni gota de alcohol y se sentó junto a sus amigos. De vez en cuando, cuando con mis amigas reía al unísono o hacía la loca, me miraba con atención, pero, como de costumbre, evitaba su mirada y, en definitiva, me hacía la loca. 

Al final, se me hizo tarde, como siempre, y tuve que salir corriendo de allí hacia casa. Mientras corría sin parar con mis cascos puestos a todo volumen, un estúpido en moto no dejaba de pitarme. Así que, sin más, paré, me quité los cascos y, a gritos, le dije de todo. Su respuesta fue más silenciosa, se quitó el casco que ocultaba por completo su cara y, con una leve sonrisa, entre nerviosismo y rigidez, me invitó a subir para llevarme  a casa. Era Roberto. Genial, encima, quedo como una histérica. Pero bueno, ¿qué esperaba? ¿Una sonrisa y mi número de teléfono? En fin, acepté y hablamos como podíamos durante el trayecto a casa. Cuando llegamos, casi salté de la moto y, decidida, le di un beso en la mejilla. Aún no puedo creerme cómo, cuando me despegué de él corriendo, cogió mi cara con sus manos y me plantó un beso en los morros que, sinceramente, me dejó sin palabras. Me quedé de piedra. No supe decir nada, ni siquiera me quité. Simplemente, yo también le besé.

En el fondo, no había que decir nada. Aquel momento lo dijo todo. Y, aunque me había tirado todo el curso cortándole el rollo, ese momento seguro que le hizo saber la verdad. Pero bueno, a lo hecho pecho y hoy…, hoy aún no he conseguido volver a mirarle a la cara. El domingo me fui sin más, no le dije nada y, a pesar de que me llamase al móvil más de 10 veces en menos de una hora, no quise hablar con él. Tenía miedo, es más, lo tengo. Y bueno, aunque todos me conocen por mi gran valentía, con esto no puedo yo solita. Creo que le necesito a mi lado, que venga por su propia cuenta y que se quede sin que se lo pida. Sí, eso es, que sin más venga a por mí y, sin cruzar una sola palabra, me coja de la cintura y me lleve, con él, al fin del mundo.

~Anabel Vaz. ~

lunes, 2 de mayo de 2011

Disconnect.

Parece que mi mundo oscila armónicamente. Bajadas y subidas constantes en todos los ámbitos. Desde luego, hace ya tiempo que deseché la supuesta teoría de la montaña rusa porque lo mío parece ser algo más físico y predecible: un movimiento armónico simple. Y bueno, ahora empiezo a cuestionarme eso de “armónico” porque, la verdad, no inspira ni trae nada de armonía a mi vida; y eso de “simple” porque, cada día, me parece más complicado lo que me pasa.

Obviamente, esta forma de estar y, en definitiva, de vivir, no me gusta nada. Sinceramente, es un mal estar que mata. Definitivamente, mi vida parece desbordarse porque mis lágrimas no dan más de sí, sólo corren. Y es que tengo que reírme porque todo es demasiado cómico. Ayer tenía una vida perfecta y hoy…, hoy mejor no saber qué tengo. No siento más que miedo ante la tortura que me toca vivir. Poco a poco, voy sabiendo cuándo viene lo malo, pero cuando viene sin aviso…, entonces, no me queda más que llorar a ciegas del mundo.

Y hoy me tocó desconectar de todo. De mí, de ti, de mi vida, de la tuya, del mundo, de nuestro mundo y del de ellos. Sé que suena bastante cobarde pero ya no puedo más. Creo que necesito un poco de aquella marea que sube, quizás un poco de su aroma o, incluso, un poco de su arena. No sé, quizás sólo necesite perderme unos días y dejar de existir ante todo. Dejar de respirar hasta que este infierno de frío mármol deje de calarme por dentro. En definitiva, y según he consultado por ahí, hoy lo mejor es desaparecer. Después de todo, mañana será otro día.

~ Anabel Vaz. ~