sábado, 10 de septiembre de 2011

Metros cuadrados.

Aire fresco y aromas nuevos. El otoño está a la vuelta de la esquina y ya se hace notar. Las calles empiezan a vaciarse y, sin embargo, ahí está él, de nuevo, como cada día, en la parada del bus de las 9:00.


Hoy sus ojos parecen más despiertos que ayer, se nota que el fresco de anoche dejó que descansara. Su sonrisa adorna su cara morena y realmente parece estar feliz, no sé, ha cambiado sus típicas camisas oscuras por un polito celeste que le viene que ni pintado con sus ojos. Y ahí, sentado de espaldas a la carretera, mientras la brisa despeina suavemente su pelo rubio, escucha la música de su ipod. 


No le conozco de nada, pero me llama muchísimo la atención y con sólo observarle de lejos me hace sentir como si le conociese. Sigo acercándome a la parada y, a unos 10 metros de él, capta mi presencia y me invita a sentarme junto a él. Llega el bus, nos volvemos a sentar juntos y, aún así, seguimos sin entablar una conversación. Las sonrisas son nuestras palabras al parecer, lo que me hace sentir un poco más incómoda de lo normal. El trayecto prosiguió en silencio y, así, su ipod y, sobre todo, nuestras sonrisas nos acompañaban. A pesar de todo, el trayecto me resultó mucho más corto que de costumbre para mi desgracia, este nuevo conductor parece no temer la velocidad. 


Finalmente, llegamos a nuestro destino, nos levantamos y seguimos como si nada hacia la salida. Sin embargo, esta vez, el chico agarró mi mano cuando a penas quedaban unos metros para despedirnos, tiró de mí y me arrastró a los baños más cercanos. Casi no intercambiamos palabra y ya lo tenía tan cerca que pude distinguir cada precioso poro de su cara. No se atrevió a decirme más que su nombre: Alex, y empezó a besarme. La verdad, no intenté ni quitarme, llevaba tanto tiempo soñando con él que ni siquiera me importó saber sólo su nombre. Así que, allí, en un metro y poco de metros cuadrados, comenzó, o eso creo, algo que, espero, no se quede sólo allí.
~ Anabel Vaz. ~

lunes, 5 de septiembre de 2011

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La vida, para muchos, es entendida como la acción de un ser sobre la Tierra; en la cuál el cuerpo adquiere funciones y objetivos que ha de realizar.
Para otras personas, la vida es el mejor regalo que le pudieron dar y son realmente felices con la vida que llevan aunque ni siquiera sepan qué es su vida ni para qué viven.
Muchos otros, sin embargo, piensan que la vida es la maldita cárcel que nos obliga a hacer las cosas que menos nos gustan y se nos apetece hacer; es la prisión de nuestras ideas, sueños e ilusiones; el impedimento a poder volar, saber lo que nadie sabe y aspirar a lo que, en vida, nunca conseguiremos y, sin embargo, es lo único en lo que podemos pensar. Suena triste pero, ¿quién nos puede decir si es o no verdad?
En nuestras vidas existen miles de ilusiones e infinitos deseos a los que aspiramos. Mil y un objetivos que te propones y de los cuales sólo conseguirás hacer un tercio o, incluso, muchos menos antes de morir.
Imagina ahora lo que sería una vida sin cuerpo, sólo alma: la vida se basaría en puras ideas y pensamientos, libertad y abstracción. Una vida diferente: sin complicaciones, transparente en su totalidad, inmaterial, eterna; una vida en la que los objetivos se conseguirían por mucho que tardes en realizarlos porque: esta vida no acaba. Aquí podríamos huir de todo lo que no nos gusta; ni siquiera tendríamos que sufrir. El amor, el odio, la guerra, los conflictos…, quizás, nada de esto existiera, pero: ¿a caso no sería todo un lujo este estilo de vida? ¿No sería perfecto olvidarse de todo lo que no nos gusta y nos hace daño?
Por desgracia, de esto nada se sabe con seguridad. Son puras creencias que para muchos lo es todo y para otros, por el contrario, nada. Por lo menos, con algo se puede seguir soñando, pero ojo: quizás nunca se haga realidad. Ahí queda la duda y podemos arriesgar a soñar con ello o no, con o sin las consecuencias que traiga consigo.

~ Anabel Vaz. ~

domingo, 4 de septiembre de 2011

Vuelve, amor.

Me gusta sentir el roce de las yemas de sus dedos con las mías y sentir las cincuenta y tantas sensaciones que puedo contar siempre que lo hace. Me gusta soñar despierta mientras me acaricia la cara y pensar, entonces, que podría durar para siempre. Echo de menos un poco de todo lo que me da mientras me mira al reír y siento que la locura que algún día creí perder sigue conmigo. Me gusta seguir sintiéndole y que me ponga el vello de punta a pesar de que lleve horas haciéndome sentir. Siento..., siento que mi mundo vuelve a estar escalonado, no sé, mis metas vuelven a ser visibles y vuelvo a tener las cosas claras sin dejar de volar libremente. Sencillamente, poco a poco consigo entusiasmarme.


Besa, siempre besa y me consigue. Me arruina los enfados más fuertes y me derrite. Habla, siempre habla y me comprende, se enfada pero nunca deja de hablarme. Y cuando ríe, cuando ríe, mi risa se agudiza y se vuelve tonta, como mi cara cuando le miro y suspiro. Y si me mira con ternura, entonces, me quemo... Parece que poco a poco se mete un poco más dentro de mí. Y, justo ahora que no le tengo aquí conmigo, sigo pensando en tenerle. Mis manos juegan con la nada y tocan su piel fantasma mientras mi memoria inicia un extraño cuento en el que ambos, poco a poco, comenzamos a fundirnos. Mis labios besan, hablan por sí solos sin apenas abrirse y saborean su aliento. Mis manos siguen soñando estar sobre su cuerpo, subiendo y bajando, sintiendo su piel, sintiéndole a él. Y así, entre su perfume, su pelo y su espalda, sus piernas y sus brazos; me escondo del mundo con él.


~ Anabel Vaz. ~