miércoles, 10 de agosto de 2011

Noches vacías.

Las mañanas me desesperan. Odio levantarme en lo mejor del sueño o despertarme sin tenerle a mi lado. Hace ya tiempo que no sueño, tampoco descanso y, quizás, el motivo de esto sea que el lado derecho de mi cama se encuentra vacío en su ausencia. Y es que en verano mis noches están lejos de lo cotidiano porque si no es él quien las cambia y anima, cometo locuras de esas que diferencian una vida normal de una vida "diferente", como yo suelo llamarla. 
De todos modos, últimamente tengo algunas nuevas "manías" a la hora de dormir, y lo pongo entre comillas porque hay quién las ve normal. Cuando llego a casa, tiro mi ropa de mala forma y amontonada como si él hubiese estado allí jugando a lanzarla y apelotonarla desde lejos en el rincón de mi habitación mientras me desviste; me tapo medio cuerpo con las sábanas y tiro de ella como si ambos luchásemos por ella. Además, duermo con la ventana abierta y dejo que el viento balancee las cortinas que, con delicadeza, acarician mi espalda casi como él y su respiración pausada. Suelo tocarme el pelo, también, aunque lo odio, porque él tiene la manía de enredar sus manos en mi pelo alborotado normalmente por sus besos. Y, aún así, lo que peor llevo es abrir los ojos y perderle de vista. Supongo que a una nunca le agrada no verle dormir o que no la despierten a besos, como de costumbre.
Pero me pierdo, me pierdo sin su voz y su mirada, sin sus manos y su boca, sin su cuerpo y sus caricias... Definitivamente, le echo de menos a cada momento, de noche y de día. Le quiero aquí y ahora, dormido y despierto, hablando y callado, acariciándome y picándome, amándome y odiándome. Sí, cariño, ven conmigo, quiéreme y vuelve que mi cama te echa de menos, que sin ti las noches son frías y cotidianas. Vuelve que yo te echo de menos y te espero.


~ Anabel Vaz. ~