miércoles, 2 de marzo de 2011

Confieso.

Nudos en la garganta y estómago vacío. Fatiga que produce la tristeza que te hunde en la tierra. Llantos que no hubo y que aparecen sin cesar. Palabras que te vienen a la mente, imágenes que construyen un millar de historietas. Más llanto. Agua que corre por tu piel y hace que crezca en ti la tristeza y la angustia. Más agua que se derrama sin más haciendo florecer tus sentimientos. Miedo, mucho miedo de nuevo. Vulnerabilidad. Y duele. Duele saber que haces mal las cosas, que lo que has hecho molesta y pesa. Pero ni el llanto ni el viento se lo llevan. Todo sigue ahí y sólo podrá pasar a un segundo plano con el paso tiempo.

Odio. Nunca supe su significado ni quiero conocerlo. Jamás sentiría tal cosa por nada ni nadie más que por mí. Porque si alguna persona merece ser odiada desde mi punto de vista, desde lo que a mi me toca, tendrá su perdón. En cambio, en lo que a mi respecta que me odien quien lo sienta y pueda sentirlo. Mi ser. Yo misma. Con sentimientos, pocos, revueltos, inseguros y difíciles de comprender. El único que sobre sale: el miedo. El único que no existe: el odio. El único que me hace sentir vulnerable: el amor. Y nunca estuve hecha para esto. Yo nunca quise sentirme así. Por eso huía, por eso me escondía, por eso me protegía. Pero a la hora de la verdad, hoy, ¿de qué me sirve huir de lo que me da miedo si ya lo tengo en el cuerpo? ¿Si ya huí y lo sigo llevando aquí adentro?

Lo confieso como la más estúpida niñita que mete la pata a cada momento. Tengo miedo de todo lo que el amor influye en mí. Pero quiero- repito: QUIERO- sentirlo; contigo, conmigo, a mi lado, lejos de aquí: a tu lado. Donde sea, pero lo quiero.
~ Anabel Vaz. ~

No hay comentarios:

Publicar un comentario