miércoles, 13 de julio de 2011

El pasado, pasado está.

Mientras los rayos solares abrasan notablemente mi piel y declaran la guerra a mi cuerpo dotado de pocas defensas, mi cuerpo recuerda su peso sobre mí y, aunque doliese a veces, he de decir que sentir sus huesos clavándose en mi piel me hacían sentir bien. Poco a poco, no sólo porque el calor calara en mi piel, acariciaban mi cuerpo pequeñas gotas de sudor que me hacían brillar al sol. Su cuerpo calaba dentro, muy dentro de mí; y su sonrisa hería aún más las llagas de mi alma. Mi confianza era nula en el amor y, cuando pensaba en ello, temía, aún más, sentir algo parecido a lo que sentí y que pudiese traerlo de nuevo. Pero ni por esas consigo huir del maldito mundo que nos une. Poco a poco mi cabeza vuelve a traicionarme creyendo en algo que no sé por dónde coger, que me queda grande. 

Pero me gusta. Me gusta él, sentirle cerca, muy cerca. Me gusta sentirle al tacto, saborearlo y que me estruje en el suelo con su peso. Me gusta su olor y que me atraiga, que me roce con su dedos y se ría. En fin, parece que el amor es un laberinto de esos que, en realidad, no tienen salida. Y me pierdo. Me pierde él y el pasado es sólo eso, pasado. ¿Lo mejor que me ha pasado? Pues eso, que el presente lo comparto. Así pues, la cosa se queda así: Pasado, eres lo mejor que me ha pasado.

~ Anabel Vaz. ~

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