lunes, 6 de junio de 2011

De corazón a corazón.


Siempre escribo las cosas para que no se me olviden. Tengo mala memoria. Sin embargo, las cosas que quiero hacer saber siempre las digo a la cara porque me parece que hacer frente a lo que puedan causar tus palabras es algo que necesariamente ha de hacerse. Pero hoy, como me conozco, uso el papel no para dibujar, ni crear belleza. Hoy, el destino de este papel digital es mero desahogo. Hace ya años que no lloro y eso me rompe por dentro. Lloré de tal forma, desesperada, con agonía, que mis lágrimas dejaron de existir. Mis ojos son el puro desierto. La desertización se apoderó de ellos y, supongo que como consecuencia, mis labios quedaron secos. Pocas veces sonrío porque las grietas que tengo en los labios sangran sin control y, la verdad, es una sensación bastante… ¿cómo decirlo? ¿Dura? No importa, ustedes sabréis de qué calificarlo.

Fueron sus ojos los que, con su mirada de desprecio, rompieron en mil pedazos mi  vida. Traté durante meses  reconstruir cada latido de mi corazón pero me di por vencida cuando, quizás por un golpe de suerte, conseguí ver que mis intentos serían erróneos si, antes, no borraba aquel momento de mi mente. Obviamente, empecé de cero, pero su rostro lo tenía grabado a fuego en mi esencia. Y, así, como si de un trocito de papel se tratase, un soplo de viento se llevó mi corazón lejos. No sé cómo pudo, la verdad, porque estaba destrozado completamente y, con la cantidad de agujeros que tenía, es ilógico que pudiese ser arrastrado por el viento. Pero bueno, nada es imposible pero sí improbable y sólo eso es suficiente para que algo suceda.

Y es que es increíble como a veces cerramos los ojos esperando no ver nada. Es increíble cómo, es cuestión de segundos, pasan miles de imágenes por tu cabeza cuando piensas en lo que es felicidad dándole el significado que para cada uno sea. Y es que a mí son las pequeñas cosas las que me alegran cada día. Esas pequeñas cosas que día a día me hacen sentir mil sensaciones de las que no me canso. Pequeñas cosas, a veces, insignificantes que parecen ser invisibles para cualquiera y que para mí forman un todo. Su sonrisa de tonto, su risa, sus ojos, la manera en la que respira… Todo en su conjunto forma la más perfecta obra… No sé, supongo que el viento volvió a traerme el corazón con él. Quién sabe, quizás él lo haya buscado y me lo ha traído de vuelta. Me siento… feliz. Así es, sí, feliz.

- ¿Me quieres?
- Te quiero. – Responde siempre con aire, al menos, de sinceridad, de corazón. Y me lo creo. 


~ Anabel Vaz. ~

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