jueves, 14 de abril de 2011

Roto.

Anoche comencé a sentirme como hacía años que no me sentía. Siempre pensé que los cambios a lo largo de la vida no tenían pasos hacia atrás. Me equivocaba. Así que, me tomé la noche como si fuese un reto, me mantuve en vela y pensé durante toda la noche en cosas que casi ni recordaba. Reí en silencio, lloré por dentro y me desgarré el alma reviviendo el pasado.

De madrugada, sentada sobre la cama, las cuatro paredes de mi cuarto empezaron a ceder creando una presión imposible de soportar. Empecé a pensar que estaba loca. Mis manos temblaban y casi salté de la litera al suelo huyendo de allí. Corrí por el pasillo, eufórica pero sin gritar, y me escondí en la esquina más escondida de la casa. Allí pasé el resto de la noche, a oscuras y tartamudeando, diciendo cosas que nunca terminaba.

Mis ojos fríos y secos dejaron de parpadear y allí acurrucada parecía un fantasma envuelto en piel muerta. Pero su imagen estaba allí presente, sentado en la silla más alejada de mí, observándome. Parecía arrepentido. Me miraba con pena y, de vez en cuando, se levantaba e intentaba acercarse. Pero mi cuerpo actuaba por instinto y se refugiaba entre mis brazos. Ni siquiera le miraba a los ojos, me dolían. Así que, ante los sobresaltos que daba, se volvía a sentar, lejos, y me miraba. Mi cuerpo, sin embargo, continuó sintiendo frías y dolorosas punzadas en la espalda. Y, a pesar de que la escarcha en la que se convertían mis lágrimas era insufrible, prefería no cerrar los ojos ni un segundo porque su imagen haciéndome daño se apoderaba de mí y casi sentía que tocaba la muerte con mis dedos.

En realidad, mis lágrimas no llegaban a caer. No quería darle el placer de ver cómo aún sentía sus caricias y besos que ocultaban aquella última batalla. Aún siento, muy a su pesar, como su mano retorcía mis brazos y me lanzaba al suelo entre gritos que terminaban en carcajadas de borrachera. Que llore, que sufra en sus adentros. Quiero que se sienta miserable, como me hizo sentir a mí aquel día. Estúpido incrédulo que se cree que puede tener todo cuanto se le antoja… Y es que, parece mentira que prometiese tanto y la cagara de tal forma en unos míseros minutos. Y lo peor; lo peor fue que se fuera y me dejara allí tirada en el suelo llorando; que sin ningún pudor se fuese sin mirar una sola vez atrás y que, encima, volviese al día siguiente con un maldito ramo de flores y una sonrisa en la cara.

En fin… Y ahí estaba, sentado como si fuese el chico más bueno del mundo y, a pesar de su cara de ángel, es el único capaz de aparecer en mis pesadillas. Sus ojos me queman y lo sabe. Continuaba con su táctica, sabía que soy débil y que poco a poco podría acercarse de nuevo y acariciarme. Pero ya no tenía ganas de sentirle. Prefería el frío mármol que sujetaba mi cuerpo aunque me recordara más a la lápida de mi muerte que a la vida que aún podría vivir.

En el fondo, sabía que se estaba desmoronando, como yo. Se lo merecía. No todo puede salir como él quiere. Siempre tuvo cuanto quiso y se propuso y, ahora, ahora que me tenía, consiguió alejarme de él de tal forma que jamás conseguirá tenerme de nuevo. Porque me da igual ser débil, cuando esté apunto de recaer en sus redes, huiré. Seré la presa que más deseará, porque cuando intente agarrarme, cuando casi pueda tocarme, huiré de nuevo y no podrá más que verme de lejos y añorar todo lo que le di y que él se quitó a sí mismo. Así que, espero que se sienta equivocado, que piense lo contrario de lo siento: que no le quiero. Así, espero, también, que cuando  vuelva a tocarme, si es que lo hace, sienta un calambrazo que lo atonte. Sí,  que sufra, aunque no tenga ni punto de comparación con lo mío.

~ Anabel Vaz. ~

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