jueves, 21 de abril de 2011

Inclinaciones.

Últimamente mi vida parecía retorcerse. No sabía bien el porqué de mis acciones pero, como nunca me lo había preguntado, pensé que era lo normal. Continuaba riendo y llorando sin sentido, desahogándome. Y decidí, sin darme cuenta, correr riesgos innecesarios pero que, igualmente, me hacían sentir bien. Vivía de un lado para otro y miraba a cada desconocido con cara de niña buena y, si me llegaba a gustar demasiado, hasta le guiñaba un ojo mientras le sonreía. A veces, si el chico tenía desparpajo y le gustaba, se me acercaba con cara pícara aunque, claro, la cosa sólo se quedaba en unos piropos y menos de media hora de risas sinceras y desenvueltas.

Obviamente, a pesar de que adoraba sentirme como una loca sin ataduras, no deseaba pasarme el resto de mi vida mirando a desconocidos para no conseguir nada, quiero decir que, si lo hacía, era porque deseaba que alguno fuese lo más parecido a un “para siempre”. Sí, “para siempre” entre comillas porque, de otra cosa no, pero de esto sé un rato y el para siempre sin comillas nunca existió en mi mundo. Por eso y más, aunque tuviese el mayor miedo del mundo a sentir algo demasiado grande para mi corazón, corría el riesgo de sentirme envuelta en llamas al mirar a alguien. Quizás era mi mayor deseo, pero nunca evité mis tentaciones. Quizás seguía a raja tabla lo que mi gran amigo Aquino defendía en su pensamiento: “el bien es lo que todos apetecen”.

Y bueno, como él dice, todo fin persigue un bien y, por tanto, mis fines son, esencialmente, un bien. Y si el bien es todo aquello que siguen nuestras inclinaciones naturales, ¿por qué yo iba a dejar de seguirlas? Así que, desde antes de conocer esto, actuaba como ahora. Evidentemente, sin soportes intelectuales, pero ahora tengo justificación. Sin embargo, hay quien pensará que estoy ciega y, bueno, no lo niego porque me gusta la ceguera si me hace ver las cosas positivas de algún modo u otro. Por eso mismo, seguí sintiendo como me gustaba: con mi locura por delante hasta encontrarle.

A pesar de que los días parecían ser iguales día tras día, un día tuve suerte. Mi mirada consiguió una mirada diferente. Quizás era normal, pero a mí me atravesó de lleno. Y, en realidad, me sorprendió que esa mirada fuese de las más cercanas a mi vida, de las más conocidas en mi mundo y que nunca me hubiese fijado en ella de esa forma. No sé, quizás me pilló con la guardia baja; quizás siempre la vi de esa forma y nunca quise enfrentarla. Pero sí, ahora es diferente, casi me río del leve recuerdo de nuestras miradas ciegas.

Y ahora, siguiendo nuestros instintos, al menos por mi parte, caminamos de la mano. Amigos, amantes o novios. Bueno, que nos llamen como quieran porque como siempre, haré lo que me diga mi instinto. Hoy, de la mano; mañana, de la cintura; pasado, ni lo toco; el otro, dios dirá. Pero hoy, mañana y pasado sonreiré de igual modo cuando lo mire a los ojos. Pero eso sí, ahora, que me llamen ciega con razón porque, sin razones aparentes, actúo a ciegas. Ahora, soy ciega por gusto.


~ Anabel Vaz. ~

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